Una de las cosas más tristes para una madre es descubrir que alguno de sus hijos casi no tiene amigos.
‘…No tengo amigos en la escuela, - fueron las palabras de mi hija de preescolar, -solo Javier y Patricia son mis amigos y comparten conmigo, los demás no me hablan cuando los saludo…”
Mi esposo y yo nos miramos y tratamos de explicarle que en realidad uno no es amigo de todos, ni todos pueden ser amigos de uno, para que no se preocupara, que quizá todo se debía a que no la conocían muy bien; pero en realidad nos sentimos tristes, de que nuestra niñita no estuviese aprovechando estos años tan lindos de su infancia llena de amigos, como suponíamos.
Gracias a Dios, no había transcurrido mucho rato de esta desilusionante conversación cuando al llegar a la cocina, encontré una tarjeta de invitación: Era para ella, mi hija pequeña, la misma que no tenía amigos y a la que nadie saludaba. Y además no era ni de Javier ni de Patricia: era de Diego. Un compañerito que al preguntarle a ella, no sabía ni quién era.
Lo que me sospechaba, ella tampoco sabe mucho sobre sus compañeros, no solo ellos desconocen de ella, sino que también de viceversa. Tampoco sabía que estaba invitada a esa fiesta. Como son niños tan pequeños, los padres de familia envían las tarjetas, con los nombres de los compañeros proporcionados por las maestras y ellas las ponen en las mochilas, sin que los niños se enteren.
Como era de esperarse no faltamos a la cita: es más, desde que le avisamos de la fiesta a Isabella, puso a Diego entre sus “amigos”, y no se olvidó, hasta el día acordado.
Pues, allá estuvimos el día de la fiesta. Fue muy “linda”, con mamás llamando y corrigiendo; niños corriendo y gritando emocionados; payasos, burlándose de las mamás, premios y caritas felices al recibirlos.
Los niños como es natural se conocían y se hablaban más de acuerdo al momento y a quien tenían cerca cada uno, ni siquiera en grupitos, porque aún son muy pequeños. Mi hija, como esperaba, no fue el centro de la fiesta, pero nadie lo fue; ni siquiera el cumpleañero. Ella lo conocía, pero como a uno más de sus compañeros y él a ella igual.
Allí conocí a Javier, el cual sí es cierto que compartió con ella más que los demás, pero a Patricia en cambio solo la conocí de pasada, no quiso aceptar la invitación de mi hija de venir a conocerme, ni las vi hablando más de un minuto. Sin embargo, conocí a Laura, la niña que más llamaba a mi hija a jugar y la única que ella nunca me había mencionado.
Al final de la fiesta, le pregunté a mi hija qué como había pasado la tarde, a lo que me contestó contenta: “Divertida mami, como tú también”. Porque para los hijos estas fiestas son tan importantes que no imaginan que a veces son un verdadero sacrificio para sus padres, todas las mamás que llevamos a nuestros hijos a una fiesta o hacemos una, sabemos que son necesarias no solo para darles felicidad, sino también para desarrollar lazos sociales y amistosos, y esto; aunque no lleva esta intención, no solo para ellos, sino también para nosotras, quienes de fiesta en fiesta, conocemos a otros padres, los cuales a menudo veremos desde ahora y por lo menos en los próximos diez años, así que también se harán amigos nuestros.
Sí, mi hija y todos los asistentes a la fiesta se despidieron felices esa tarde. Y las mamás y papás, debo mencionarlos, que también asistieron, estuvimos satisfechos de haber reservado para nuestros hijos ese momento en que son parte del “selecto grupo” de los invitados a un cumpleaños.
Ya Isabella no recuerda, la noche en que me habló de que nadie la saludaba, ya tiene un recuerdo más cercano del día en que fue a “La Fiesta de Diego”, como una más de sus invitadas y se divirtió y compartió con todos y donde todos la saludaron y también la despidieron por igual…
Las relaciones amistosas son tan importantes para los niños, como lo son para los adultos. Les ayudan a tener identidad y sentirse parte de un grupo, aunque a veces las cosas no funcionen como ellos quisieran. Justamente estos encantos y desencantos amistosos, son los que les darán la experiencia y ayudarán mañana a desenvolverse como personas afectivamente sanas y fuertes en un mundo adulto cada vez más competitivo y exigente.
Artículo escrito para la revista Mama de Hoy http://www.mamadehoy.com/ , adaptado para este blog por su autora Nereida Patiño.
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