jueves, 9 de septiembre de 2010

Para afrontar el luto con esperanza: la muerte de un ser amado.

Nada hay más definitivo en esta vida que la muerte. Suena tan fuerte esta palabra, que casi siempre la asociamos con los demás y nunca con nosotros mismos. Pero la realidad es que ella llega siempre, aunque no estemos preparados para afrontarla.

Hace unos días me toco a mí. Tristemente dos veces. Primero no tan cerca, de parte de un conocido que había logrado tocar mi vida de una formal especial cuando más lo necesitaba. La segunda, de parte de mi suegro, una de las personas más sabias, amorosas e inteligentes que he conocido.

Sus familiares y amigos hubiésemos querido detener el tiempo, yo hasta llegué a hacerme la sacrílega pregunta “¿…Y por qué él?”, en cada ocasión.  Pero la segunda vez en garabatos de pregunta. Y es que entre tanto dolor, escuche un testimonio de alguien, el cual quiero  reflexionar con ustedes:

-“¿Y por qué él…? Se preguntarán algunos. Pues yo puedo responder esa pregunta…” - dijo la persona. -“Porque estaba listo. Porque su misión en esta vida ya había terminado. Y Dios que nos conoce en todo, ya lo sabía. El,” – dijo refiriéndose a su ser querido, - "ya lo sabía también, me lo había manifestado hace tan solo dos semanas," - continuó. “Me había dicho: “Puedo morir ahora mismo y me voy feliz, con Dios en mi corazón y con la tranquilidad de quien sabe que ha cumplido su misión en la vida.” ”

Estas palabras me quedaron rondando en la cabeza, me dieron consuelo y también me ayudaron a comprender más de la vida y de nuestra misión en ella y de la soberana confianza en un ser supremo que es todo amor y que todo lo sabe.

Contrario a Dios, somos como hormigas en el infinito y no podemos ver más allá de nuestra propia altura, por eso cuestionamos tanto sus leyes y decisiones. Pero, ¿y si tomamos en cuenta que Él todo lo ve y lo sabe? ¿Si llegáramos a confiar tanto en Dios como para creer que pese al dolor temporal y humano, las aguas retomarán su curso? ¿Y si además de todo, nos propusiéramos desapegarnos un poco de las cosas y dejar de pensar solo en nosotros, sino más bien en esa buena persona que no está más, pero que disfruta de la compañía de Dios y de tanta gente amada que partió antes que ella…?

Entonces sentiríamos algo de consuelo, como de quien sabe que aunque extraña al ser amado, se conforta al saber que este se fue a un viaje hermoso donde indudablemente encontrará todo lo que a diario falta en este mundo: Comprensión, amor y paz.

La muerte es un mal nombre o tal vez una mala interpretación a una palabra que en realidad indica un cambio en nuestra esencia humana y espiritual.  Esto último, lo hemos escuchado muchas veces pero aún no lo asimilamos bien.

En realidad esto significa que vinimos a esta vida a prepararnos para estar más cerca de Dios. Antes de esta vida teníamos una espiritual, donde la meta era venir a este mundo para mejorar y regresar más cerca de Dios.
Más allá de nuestra tristeza y de la añoranza por su ausencia; nuestros seres amados ya estuvieron listos para Dios aún sin ellos mismos saberlo. Si Dios en su infinita sabiduría los mandó a buscar, regocijémonos de esto… ya mejoraron su lugar cerca de El.  Recordemos también,  que el Cielo es igual al mejor mundo que cada uno imagina para su alegría y su paz, y que además, está lleno de seres hermosos y llenos de luz. ¿No es un lugar así a donde todos deseamos llegar…?

Dejemos a la vida continuar,  reconfortémosnos con los gratos recuerdos del ser querido y con la suave brisa que sopla trayéndolo en suaves caricias que nos dan paz...  No habrá nada que llene su espacio vacío, igual que no habrá nada que ocupe el nuestro a su lado, en el tibio hogar del Señor. Llegará el día en que lo volvamos a encontrar, ese día será hermoso y seremos felices de nuevo, aunque "alguien" nos extrañe a su vez…