Hace unos días, se vivió en mi hogar unos de los acontecimientos más tristes de los últimos meses. Peter, el “hamster canguro” que con tanto cariño y acto heroico, mi hija mayor salvó de ser sacrificado en un experimento escolar hace unos meses, murió solito, acurrucadito y triste.
Pero más triste estuvimos todos sus “familiares”. Y es que una mascota, en la vida de un niño, no es un animal cualquiera… Emocionalmente, una mascota pasa a ocupar un lugar tan importante en la vida de un niño, como lo puede ser un hermano, primo o cualquier otro pariente cercano. Y para mis hijas, Peter formaba parte de nuestra familia y nosotros éramos sus “familiares”.
Los “mayores de la casa”, mi esposo, mi hija mayor de 16 años y yo, ya veníamos viendo al animalito algo tristón. Para alegrarlo, agregamos algunos vegetales que se sugería en Internet, le sacamos “a pasear” por encima nuestro mientras trabajábamos en la computadora o nos recostábamos a ver algo en la televisión, y le dimos más cariño y mimos que de costumbre; pero lastimosamente nada de esto dio buenos resultados.
No obstante, todo lo que se hizo por Peter; al parecer dejamos una parte muy importante sin realizar. Y fue avisarles a mi hijas de ocho y dos años, que el pobre Peter estaba enfermito. En su vida tan "ajetreada" de niñas, entre escuela y amigos imaginarios, la mediana y la pequeña respectivamente, no se dieron cuenta que el animalito había dejado de correr en su rueda desde hacía unos 4 días aproximadamente. Y cuando finalmente lo descubrieron, como dormidito en su jaula, pero inerte, el shock fue demasiado grande.
Al llegar a casa aquella tarde, mi hija mediana, salió corriendo hacia mí para darme la noticia con voz angustiada. “Si hija, ya lo sé”, le dije abrazándola acongojada, pero tranquila. …Y creí que todo el mundo estaría así, hasta cuando la descubrí anegada en llanto en una esquina de la cocina, momentos antes de salir a enterrar a Peter en el jardín.
Debo confesar que me sorprendió, aunque era obvia su reacción. En ese momento no había yo asimilado (no lo recordaba de mi infancia, en realidad); la importancia tan grande que tienen para los niños las mascotas. ¡Ellos son incapaces de discriminar sus afecciones para un humano o para un animalito, los niños son tan nobles que solo saben sentir amor incondicional!
Mientras mi hija mediana lloraba, yo la consolaba diciéndole que “Dios lo mandó a buscar porque él estaba enfermo y en el cielo va a estar feliz, sin dolor y jugando con Jesusito”, pero la menor me protestaba preguntando entonces,”¿Por qué Jesusito tiene a “mi Peter”? Si yo también quiero estar con él. Pídeselo de vuelta mami…”
Fue un momento muy triste tener a mis hijas menores llorando desconsoladas sin poder hacer nada, por primera vez ante algo tan definitivo como es la muerte, pero también fue un momento muy valioso y muy bonito por lo que pude descubrir de sus corazoncitos…
De más está decir que hicimos una ceremonia: mi esposo ayudó a abrir el huequito para enterrarlo en el jardín, le pusimos del mismo aserrín que tenía la jaula para que su cuerpito no estuviera directo en la tierra; cada una de nosotras dio unas palabras de despedida y se le asignó una estrella en el cielo.
Al final de la ceremonia, Claudia, quien se había retirado unos minutos antes a buscar algo dentro de la casa, salió con un cartel hecho con hojas de cartulina azul y naranja en donde había pegado el dibujo pintado de un perrito que dormía acurrucadito y que tenía de orejas paraditas como las tenía Peter.
Con los ojos llenos de lágrimas y la voz cortada pude leer:
“El Hamster preferido para mi. Para Peter, de su familia que lo quiere mucho. Fue un placer… No te olvidaremos!”
Artículo escrito originalmente para la Revista Mamá de Hoy, http://www.mamadehoy.com/ Adaptado para este blog por su autora Nereida Patiño.