jueves, 12 de agosto de 2010

Lecciones de vida, el verdadero valor de las cosas importantes

El otro día recibí una de esas lecciones sencillas que Dios nos manda cuando menos lo pensamos para devolvernos a la esencia de la vida.

Yo andaba muy ajetreada por esos días, era viernes, y por “segunda vez en la semana”, nos quedamos todos dormidos en casa para enviar a mis hijas a clases.

Como pudimos corrimos contra el tiempo. Sin tráfico, la escuela nos queda a 30 minutos, no quería imaginarme a esa hora, ¿cómo sería eso?  Para colmo, en el camino, me quede sin gasolina y tuve que echar para atrás y tomar una vía más larga aún. 

Cuando se está bajo mucha presión diaria, todo se hace gigantesco y cualquier cosa puede ser la gota que derrame el agua. Mis nervios iban a explotar…  Sin embargo,  mis hijas iban tranquilas (¿?) aunque a su manera, cada una me tranquilizaba. ¡Pero yo seguía estresada! "Van a llegar nuevamente tarde", era lo único que pensaba.

Finalmente llegué al colegio 26 minutos tarde y como pasa con la mayoría de las cosas que nos ofuscan y dan nervios en la vida, no pasó nada… Y para corroborarlo, iban llegando también otros papás con sus también despreocupados hijos, “tardecito” igual que yo. Estas cosas son comunes en las escuelas…

Pero yo séguía sin asimilar mi aprendizaje del día… no había entendido nada. No, todavía no… No fue sino  al regresar del aula de mi hija pequeña cuando me percate de ellos, unos cinco niños que daban clases de Educación Física. Tendrían unos cuatro o cinco añitos y reían y jugaban en el suelo, escapados del resto del grupo, en tanto que se tiraban al “mar”. Esto último lo sé, por el lanzamiento al suelo que hacían llegado cierto punto de su carrera y por la manera en que se movían, dando brazadas grandes con los brazos y chapaleando incesantemente con los pies gritando: “Ahí viene el tiburón”.

Se veían y se escuchaban tan contentos y despreocupados… contrario a los papás que entraban y salían nerviosos a su alrededor. Y es que estos niños, al igual que cualquier ser humano, poseen todo lo que se necesita para ser feliz y estar en paz: ¡Una vida para vivirla…!

Lo bueno, es que ellos lo tienen bastante claro, como niños que son.  En su mundo, la tensión no existe. Bendito Dios que así es.   Sobra decir que me devolvieron la paz perdida, ya que con su actitud, sirvieron como cámara de compresión para devolverme al verdadero valor de las cosas importantes…

No importa lo que nos afecte a cada uno, lo que nunca debemos olvidar y que me demostraron estos niños, con mis hijas incluidas, es que la armonía, la paz y la alegría siempre están a la mano cuando hay vida, para quien las quiera tomar… aún en la mayor de las dificultades. Lo trataré de recordar la próxima vez.

Aprendamos de nuestros hijos, sigamos su ejemplo. Aprendamos nuevamente a encontrar lo bueno y bello en lo simple y cotidiano de cada minuto de vida. En ello se contiene el amor de Dios y la felicidad, nuestros hijos lo saben mejor que nadie y nos lo tratan de enseñar cada día, aunque seamos reacios a entenderlo…


Artículo escrito originalmente para Revista Mamá de Hoy,  http://www.mamadehoy,com/   Adaptado para este blog por su autora Nereida Patiño.

martes, 10 de agosto de 2010

La vida escolar: un paso importante en el desarrollo de nuestros hijos.

Este año nos vimos forzados a ingresar al colegio a mi hija menor de tres añitos de edad por la falta de alguien que la cuidara en casa.

En el  "Maternal A", nos esperaban tres esmeradas maestras, luchando por atender a todos niños, niñas, mamás y papás incluidos; y además, por consolar a los niños más tímidos, a los cuales el colegio, hermoso, grandíííísimo y listo para enseñar a tantos niños, los tenía literalmente espantados.

Debo decir, que yo fui del grupo de mamás que se regresó feliz ese primer día. Al fin, mi hija había encontrado la “cantera" de niños con quienes jugar y conversar que le faltaba en casa. Con esa felicidad transcurrieron los primeros cuatro días de colegio, hasta que el viernes, al llegar a casa, mis hijas más grandes me comentaron que su hermanita estaba hirviendo en fiebre… También venía mocosita… “Se resfrió en la escuela”, pensé. Pero la revisé mejor…

¡Ay… no¡ - me lamenté solo de descubrirle un poco la ropa,- ¡Ronchitas… y le dolían… y estaban rojitas… y como vejiguitas…! “¡Variceeeela!!!” - Grité angustiada

El médico confirmó mi diagnóstico. “Estará “incapacitada” por el momento… hasta cuando se caigan casi todas “las cascaritas y casi no se le vea nada…””. - Fue lo que ordenó.

Eso me hizo pensar que aunque para ella todo seguirá normal, pués volverá feliz a clases, sin lamentar el tiempo perdido, para mí algo cambió; y creo que también es así, para cada mamá que inicia con alguno de sus hijos la etapa escolar.

Ya “mi hijita” y lo que viva de aquí en adelante, más nunca estará solo reducido al control y cuidado del hogar; ahora también formará parte de un grupo externo... y aunque dentro de ese grupo experimentará cosas hermosas; también tendrá experiencias que como mamá, algunas veces quisiera poder evitarle; más entiendo, que vivirlas la harán crecer y ser más fuerte física y emocionalmente.

La escuela, será una etapa bonita, donde no tendré mucha intervención y donde la veré crecer y transformarse por experiencias y situaciones ajenas a mí y casi sin darme cuenta. Viendo hacia el futuro, algún día mi hija ya no me parecerá tan pequeña e indefensa como me parece hoy. En ese entonces me sorprenderé de lo fuerte y competente que será… Y me sentiré orgullosa de ella, sin comprender mucho como lo logró… 

Indudablemente, será la vida escolar, que inicia en un día bonito en nuestros recuerdos; aunque sin mayor trascendencia, ni tropiezo en nuestro diario vivir, la que acogerá a nuestros brotecitos y los transformará en unos árboles fuertes e inmensos, difíciles derribar... También es como un lienzo, donde ellos pintarán sus experiencias ante todo tipo de vivencias y nos entregarán un cuadro hermoso e inigualable, lleno de múltiples colores, llamado “Auto-retrato.

Sí, debemos contener nuestro sentido de protección y dejarlos ser, solo así su vida fluirá...