El otro día recibí una de esas lecciones sencillas que Dios nos manda cuando menos lo pensamos para devolvernos a la esencia de la vida.
Yo andaba muy ajetreada por esos días, era viernes, y por “segunda vez en la semana”, nos quedamos todos dormidos en casa para enviar a mis hijas a clases.
Como pudimos corrimos contra el tiempo. Sin tráfico, la escuela nos queda a 30 minutos, no quería imaginarme a esa hora, ¿cómo sería eso? Para colmo, en el camino, me quede sin gasolina y tuve que echar para atrás y tomar una vía más larga aún.
Cuando se está bajo mucha presión diaria, todo se hace gigantesco y cualquier cosa puede ser la gota que derrame el agua. Mis nervios iban a explotar… Sin embargo, mis hijas iban tranquilas (¿?) aunque a su manera, cada una me tranquilizaba. ¡Pero yo seguía estresada! "Van a llegar nuevamente tarde", era lo único que pensaba.
Finalmente llegué al colegio 26 minutos tarde y como pasa con la mayoría de las cosas que nos ofuscan y dan nervios en la vida, no pasó nada… Y para corroborarlo, iban llegando también otros papás con sus también despreocupados hijos, “tardecito” igual que yo. Estas cosas son comunes en las escuelas…
Pero yo séguía sin asimilar mi aprendizaje del día… no había entendido nada. No, todavía no… No fue sino al regresar del aula de mi hija pequeña cuando me percate de ellos, unos cinco niños que daban clases de Educación Física. Tendrían unos cuatro o cinco añitos y reían y jugaban en el suelo, escapados del resto del grupo, en tanto que se tiraban al “mar”. Esto último lo sé, por el lanzamiento al suelo que hacían llegado cierto punto de su carrera y por la manera en que se movían, dando brazadas grandes con los brazos y chapaleando incesantemente con los pies gritando: “Ahí viene el tiburón”.
Se veían y se escuchaban tan contentos y despreocupados… contrario a los papás que entraban y salían nerviosos a su alrededor. Y es que estos niños, al igual que cualquier ser humano, poseen todo lo que se necesita para ser feliz y estar en paz: ¡Una vida para vivirla…!
Lo bueno, es que ellos lo tienen bastante claro, como niños que son. En su mundo, la tensión no existe. Bendito Dios que así es. Sobra decir que me devolvieron la paz perdida, ya que con su actitud, sirvieron como cámara de compresión para devolverme al verdadero valor de las cosas importantes…
No importa lo que nos afecte a cada uno, lo que nunca debemos olvidar y que me demostraron estos niños, con mis hijas incluidas, es que la armonía, la paz y la alegría siempre están a la mano cuando hay vida, para quien las quiera tomar… aún en la mayor de las dificultades. Lo trataré de recordar la próxima vez.
Aprendamos de nuestros hijos, sigamos su ejemplo. Aprendamos nuevamente a encontrar lo bueno y bello en lo simple y cotidiano de cada minuto de vida. En ello se contiene el amor de Dios y la felicidad, nuestros hijos lo saben mejor que nadie y nos lo tratan de enseñar cada día, aunque seamos reacios a entenderlo…
Artículo escrito originalmente para Revista Mamá de Hoy, http://www.mamadehoy,com/ Adaptado para este blog por su autora Nereida Patiño.
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