viernes, 11 de noviembre de 2011

Incentivemos habilidades en nuestros hijos para verlos triunfar

Desde hace unos años, mi hija mediana practica natación.   Empezó a los cinco añitos en un curso de verano y siguió desde entonces primero en cada verano y ahora lo hace practicando durante todo el  año, ya que forma parte de un equipo municipal.
Inicialmente esto no era nada serio, fue por acompañar a su hermana mayor al curso y se quedó en uno para niños de su edad.  Les participo que estos cursos son buenos,  porque al final de cada uno,  hacen una competencia por nivel y van “fichando” a los mejores nadadores y reclutándolos. 
La primera vez que mi hija compitió a los cinco años,  ganó; sin embargo,  no tomamos esto en serio,  porque  lo atribuimos al impulso del susto;  ya que al ver salir  los demás niñitos hacia la meta, se quedó paralizada escuchando como todos les gritaban que se tirara, antes de lanzarse tan nerviosa que no paró a ver nada más, hasta alcanzar la orilla opuesta, en primer lugar. 
Por supuesto que yo me alegré y me puse muy contenta, pero todos sabemos en las increíbles cosas que logra el ser humano cuando está asustado, así que no le dimos mayor  importancia, la felicitamos eso sí, efusivamente Y le incentivamos para que siguiera así; aunque  lo tomamos como un triunfo casual.
Sin embargo,  hoy en día, orgullosamente debo admitir, que Gracias a Dios no era nada casual.  Mi hija ha ganado varias medallas de oro, forma parte de un equipo de natación y compite en varias categorías.   Ella en realidad es buena en esto…  Nada heredado de su madre, por supuesto; yo solo puedo nadar como “perrito” y me entra fobia si no toco el fondo. 
Pero todo esto no se los cuento solo porque sepan las buenas noticias de mi hija, no.  Sino porque quiero compartir con ustedes el orgullo que se siente, al  ver a alguien tan tuyo “alla”,  del otro lado,  logrando cosas importantes. 
En su última competencia, me enorgullecí  hasta el llanto,  al verla hacer su trabajo,  tan segura de sí.   Y cuando escuchaba a las demás personas hablando de ella, como una de las mejores nadadoras del equipo, sin saber que la señora que tenían a su lado era yo,  su madre.  Ese fue uno de los mayores premios de mi vida como madre. 
Posiblemente ya les habrá tocado a algunas de ustedes vivir esta experiencia, o posiblemente la vayan a vivir dentro de poco.  No importa lo que su hijo haga:  Si recita una poesía, participa de las olimpiadas, canta, es puesto de honor,  está en una obra de teatro, es líder de un grupo o está graduándose del colegio o de la universidad. 
Es maravilloso verlos ejecutar  lo que mejor saben hacer.  Y es grandioso ser esa persona que desde el público  sabe en realidad todo lo que ha costado y está en ese momento recibiendo por mil su gratificación.
Es entonces cuando cobra sentido todo lo que hemos tenido que dejar de hacer, todo lo que hayamos pospuesto, todo el costo que hayamos pagado, todos los desvelos, retrasos y contratiempos que hayamos tenido, ya no importa nada de eso.  Descubre usted en este instante para que lo hizo y se da cuenta que valió la pena. 
Un día de la madre o un cumpleaños,  no serían mejor que este momento.  Nada en el mundo se compara, al momento de éxtasis en donde vemos a un hijo obtener un logro y a nosotras obtenerlo por tres:  Por él, por nuestro sacrificio como madre y por el solo hecho de que no importa cuántas personas haya en el lugar, usted será el personaje principal siempre, porque solo a usted su hijo se le acercará emocionado y le abrazará diciéndole “¡Lo logré mamá!”.
          Como mujeres y madres, vamos por la vida de un lado para el otro haciendo todo lo necesario porque nuestros hijos estén bien.  A veces incluso nos descuidamos a nosotras mismas y queremos regresar sobre nuestros propios pasos para hacer los correctivos necesarios.  No obstante,  cuando algo tan significativo como el triunfo de un hijo pasa.  Es entonces cuando recién entendemos que ese sentido de entrega que Dios nos da como madres, funciona por encima de todo lo demás y que nuestros instintos de dar y cuidar de nuestros hijos están desarrollados más allá de nosotras mismas y cualquier cosa en la vida...
Confiemos  en nuestro Instinto Maternal, Dios nos lo regaló como brújula para no perder el camino por el que debemos llevar a nuestros hijos a través de la vida.

Artículo escrito para la Revista Mamá de Hoy www.mamadehoy.com, adaptado para este blog por su autora, Nereida Patiño

Relaciones amistosas entre niños, las bases para una vida sana y plena


Una de las cosas más tristes para  una madre es descubrir que alguno de sus hijos casi no tiene amigos. 
                ‘…No tengo amigos en la escuela, - fueron las palabras de mi hija de preescolar, -solo Javier  y Patricia son mis amigos y comparten conmigo, los demás no me hablan cuando los saludo…”
                Mi esposo y yo nos miramos y tratamos de explicarle que en realidad uno no es amigo de todos, ni todos pueden ser amigos de uno, para que no se preocupara, que quizá todo se debía a que no la conocían muy bien; pero en realidad nos sentimos tristes, de que nuestra niñita no estuviese aprovechando estos años tan lindos de su infancia llena de amigos, como suponíamos. 
                Gracias a Dios, no había transcurrido mucho rato de esta desilusionante conversación cuando al llegar a la cocina, encontré una tarjeta de invitación:   Era para ella, mi hija pequeña, la misma que no tenía amigos y a la que nadie saludaba.  Y además no era ni de Javier ni de Patricia: era de Diego.   Un compañerito que al preguntarle a ella, no sabía ni quién era.
                Lo que me sospechaba, ella tampoco sabe mucho sobre sus compañeros, no solo ellos desconocen de ella, sino que también de viceversa.  Tampoco sabía que estaba invitada a esa fiesta.  Como son niños tan pequeños, los padres de familia envían las tarjetas, con los nombres de los compañeros proporcionados por las maestras y ellas las ponen en las mochilas, sin que los niños se enteren.
                Como era de esperarse no faltamos a la cita: es más, desde que le avisamos de la fiesta  a Isabella, puso a  Diego entre sus “amigos”, y no se olvidó, hasta el día acordado.
                Pues, allá estuvimos el día de la fiesta.  Fue muy “linda”,  con mamás llamando y corrigiendo; niños corriendo y  gritando emocionados; payasos, burlándose de las mamás, premios y caritas felices al recibirlos. 
Los niños como es natural se conocían y se hablaban más de acuerdo al momento y a quien tenían cerca cada uno,  ni siquiera en grupitos, porque aún son muy pequeños.  Mi hija, como esperaba,  no fue el centro de la fiesta, pero nadie lo fue;  ni siquiera el cumpleañero.  Ella lo conocía, pero como a uno más de sus compañeros y él a ella igual.
Allí conocí a Javier, el cual sí es cierto que compartió con ella más que los demás, pero a Patricia en cambio solo la conocí  de pasada, no quiso aceptar la invitación de mi hija de venir a conocerme, ni las vi hablando más de un minuto.  Sin embargo,  conocí a Laura, la niña que más llamaba a mi hija a jugar y la única que ella nunca me había mencionado. 
Al final de la fiesta, le pregunté a mi hija qué como había pasado la tarde, a lo que me contestó contenta: “Divertida mami, como tú también”.  Porque  para los hijos estas fiestas son tan importantes que no imaginan que a veces son un verdadero sacrificio para sus padres, todas las  mamás que llevamos a nuestros hijos a una fiesta o hacemos una,  sabemos que son necesarias no solo para darles felicidad, sino también para desarrollar lazos sociales y amistosos,  y esto;  aunque no lleva esta intención, no solo para ellos, sino también para nosotras, quienes de fiesta en fiesta, conocemos a  otros padres,  los cuales a menudo veremos desde ahora y por lo menos en los próximos diez años, así que también se harán amigos nuestros.
Sí, mi hija y todos los asistentes a la fiesta se despidieron felices esa tarde.  Y las mamás y papás,  debo mencionarlos, que también asistieron, estuvimos satisfechos de haber reservado para nuestros hijos ese momento  en que son parte del “selecto grupo”  de los invitados a un cumpleaños.
Ya Isabella no recuerda, la noche en que me habló de que nadie la saludaba, ya tiene un recuerdo más cercano del día en que fue a “La Fiesta de Diego”,  como una más de sus invitadas y se divirtió y compartió con todos y donde todos la saludaron y también la despidieron por igual…
Las relaciones amistosas son tan importantes para  los niños, como lo son para los adultos.  Les ayudan a tener identidad y sentirse parte de un grupo, aunque a veces las cosas no funcionen como ellos quisieran.   Justamente estos encantos y desencantos amistosos,  son los que les darán la experiencia y ayudarán mañana a desenvolverse como personas afectivamente sanas y fuertes  en un mundo adulto cada vez más competitivo y exigente.
               
Artículo escrito para la revista Mama de Hoy  http://www.mamadehoy.com/ , adaptado para este blog por su autora Nereida Patiño.