Desde hace unos años, mi hija mediana practica natación. Empezó a los cinco añitos en un curso de verano y siguió desde entonces primero en cada verano y ahora lo hace practicando durante todo el año, ya que forma parte de un equipo municipal.
Inicialmente esto no era nada serio, fue por acompañar a su hermana mayor al curso y se quedó en uno para niños de su edad. Les participo que estos cursos son buenos, porque al final de cada uno, hacen una competencia por nivel y van “fichando” a los mejores nadadores y reclutándolos.
La primera vez que mi hija compitió a los cinco años, ganó; sin embargo, no tomamos esto en serio, porque lo atribuimos al impulso del susto; ya que al ver salir los demás niñitos hacia la meta, se quedó paralizada escuchando como todos les gritaban que se tirara, antes de lanzarse tan nerviosa que no paró a ver nada más, hasta alcanzar la orilla opuesta, en primer lugar.
Por supuesto que yo me alegré y me puse muy contenta, pero todos sabemos en las increíbles cosas que logra el ser humano cuando está asustado, así que no le dimos mayor importancia, la felicitamos eso sí, efusivamente Y le incentivamos para que siguiera así; aunque lo tomamos como un triunfo casual.
Sin embargo, hoy en día, orgullosamente debo admitir, que Gracias a Dios no era nada casual. Mi hija ha ganado varias medallas de oro, forma parte de un equipo de natación y compite en varias categorías. Ella en realidad es buena en esto… Nada heredado de su madre, por supuesto; yo solo puedo nadar como “perrito” y me entra fobia si no toco el fondo.
Pero todo esto no se los cuento solo porque sepan las buenas noticias de mi hija, no. Sino porque quiero compartir con ustedes el orgullo que se siente, al ver a alguien tan tuyo “alla”, del otro lado, logrando cosas importantes.
En su última competencia, me enorgullecí hasta el llanto, al verla hacer su trabajo, tan segura de sí. Y cuando escuchaba a las demás personas hablando de ella, como una de las mejores nadadoras del equipo, sin saber que la señora que tenían a su lado era yo, su madre. Ese fue uno de los mayores premios de mi vida como madre.
Posiblemente ya les habrá tocado a algunas de ustedes vivir esta experiencia, o posiblemente la vayan a vivir dentro de poco. No importa lo que su hijo haga: Si recita una poesía, participa de las olimpiadas, canta, es puesto de honor, está en una obra de teatro, es líder de un grupo o está graduándose del colegio o de la universidad.
Es maravilloso verlos ejecutar lo que mejor saben hacer. Y es grandioso ser esa persona que desde el público sabe en realidad todo lo que ha costado y está en ese momento recibiendo por mil su gratificación.
Es entonces cuando cobra sentido todo lo que hemos tenido que dejar de hacer, todo lo que hayamos pospuesto, todo el costo que hayamos pagado, todos los desvelos, retrasos y contratiempos que hayamos tenido, ya no importa nada de eso. Descubre usted en este instante para que lo hizo y se da cuenta que valió la pena.
Un día de la madre o un cumpleaños, no serían mejor que este momento. Nada en el mundo se compara, al momento de éxtasis en donde vemos a un hijo obtener un logro y a nosotras obtenerlo por tres: Por él, por nuestro sacrificio como madre y por el solo hecho de que no importa cuántas personas haya en el lugar, usted será el personaje principal siempre, porque solo a usted su hijo se le acercará emocionado y le abrazará diciéndole “¡Lo logré mamá!”.
Como mujeres y madres, vamos por la vida de un lado para el otro haciendo todo lo necesario porque nuestros hijos estén bien. A veces incluso nos descuidamos a nosotras mismas y queremos regresar sobre nuestros propios pasos para hacer los correctivos necesarios. No obstante, cuando algo tan significativo como el triunfo de un hijo pasa. Es entonces cuando recién entendemos que ese sentido de entrega que Dios nos da como madres, funciona por encima de todo lo demás y que nuestros instintos de dar y cuidar de nuestros hijos están desarrollados más allá de nosotras mismas y cualquier cosa en la vida...
Confiemos en nuestro Instinto Maternal, Dios nos lo regaló como brújula para no perder el camino por el que debemos llevar a nuestros hijos a través de la vida.
Artículo escrito para la Revista Mamá de Hoy www.mamadehoy.com, adaptado para este blog por su autora, Nereida Patiño