Cada día libre tengo el placer de ser despertada con unos besitos tibios y unas caricias tiernecitas en la frente. Al principio tengo la tentación de seguir dormida, pero pronto desisto al comprobar que la fuente de tanto cariño no piensa alejarse, sino hasta cuando con voz adormecida le salude con un “Hola mi reina, ¿cómo estás?”.
Estas palabras, aunque las digo con amor, me cuestan un mundo, el mismo que bien pronto tiro al abandono cuando escucho la respuesta de mi angelito despertador: “Bien mami, bien, ¿y tú?’”; al mismo tiempo que llena de energía se acomoda sobre mi regazo para regalarme todavía más, un abrazo lleno de ternura y fuerza infantil, lo más parecido a un abrazo de oso, pero en este caso: oso bebé. Un abrazo con muchas ganas, pero por lo cortito de sus bracitos, poco abarcador…
Mientras escribo esto se me inunda el alma de emoción al revivir estos y muchos momentos lindos, los mismos que nunca planee; porque como muchas mujeres, me sorprendió la cigüeña en una etapa en que un bebé en casa no entraba para nada en la planificación familiar, ni personal de nadie en mi hogar.
Como mis hijas mayores ya estaban grandecitas, yo podía estar más tranquila y con mayor libertad de acción, además estábamos tratando de sacar a flote, un negocio familiar. Mis dos hijas, por su parte, ya estaban adaptándose a su diferencia de edades, así que las cosas fluían muy tranquilas y en paz en nuestra casa; cuando de pronto descubro, sin poder creerlo; que estaba nuevamente embarazada… y a pesar de todas las precauciones. Con anticonceptivos incluidos.
Al inicio me sentía sumamente preocupada, la economía familiar tampoco incluía un bebé y menos con todos los gastos que su espera acarrearía. Hacía tan solo un año, había yo regalado todo lo de mi hija más chica. Sentía que estaba volviendo a empezar de nuevo, pero esta vez de menos cero.
Sin embargo, poco a poco, de una forma o de otra, nos fuimos preparando para recibir al bebé. Las preocupaciones se fueron volviendo bromas. Estábamos seguros de que sería un varoncito, sino por qué un embarazo inesperado; además de que nunca se dejó ver en los ultrasonidos y cuando medio lo hizo, el doctor pensó que era un varón, recuerdo que decíamos que le pondríamos de nombre “Salvatore”, porqué tendría que venir a “salvar a la familia entera”; y que en vez de “un pan”, Salvatore traería “un molde”, porque debía ser para todos… Pobrecito mi bebé, con tanta carga emocional…
Así, entre preocupaciones y bromas nació mi niña. Sorprendiendo a todos los que la llamábamos Salvatore, por su sexo y como un verdadero regalo navideño, un 27 de diciembre.
Con su llegada, no voy a mentir diciendo que las cosas se han arreglado milagrosamente, pero si debo aceptar, que nuestra vida a seguido igual, sin más, ni menos. Rectifico: sin menos, porque sí ha habido más.
Mi hija, aunque fuerte y valiente para enfrentarse a la gente, es algo así como un osito cariñosito, no es que nosotros la consintamos, es que ella nos consiente a nosotros. Por algún motivo especial, ella nos ha llenado de amor del bueno. Lo sabe dar, lo sabe expresar y sobre todo, lo sabe agradecer. Nos elimina preocupaciones. Cuando estamos abrumados, abrimos la puerta a su mundo y nos adentramos en sus historias y aventuras, la escuchamos y dejamos fluir nuestra escondida magia infantil junto a la de ella y esto mejora nuestra vida diaria.
Sé que esto no me ha pasado solo a mí, sé que le ha pasado a muchas mamás en el mundo. De pronto el mundo se les tranca con un hijo inesperado, solo para descubrir que de la forma que sea, es una de las mejores cosas que les ha ocurrido y que es un verdadero regalo de Dios. Si alguna de las mamás que hoy leen esto, está en esta situación, le recomiendo que no se desespere. Que espere a que su hijo se revele como lo que será, en una de las mayores bendiciones de Dios en su vida.
Mi gran lección:
Definitivamente, he llegado a la conclusión de que mi vida no hubiese estado completa sin mi hija pequeña y que el espacio que ella ocupa en mi vida y la de mi familia hacía falta de llenar. Recibamos a cada hijo con la mejor de las alegrías, no importa las circunstancias. Solo con la presencia de los hijos, es cómo podemos descubrir el amor de Dios en nuestras vidas.
Escrito originalmente para revista Mamá de Hoy, www.mamadehoy.com, modificado para este blog por su autora Nereida Patiño
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